Las malas costumbres

Hay multitud de cosas malas en este mundo, cosas malas que pensar, que decir, que hacer, que comer, hay cosas malas que ver, en las que trabajar, cosas malas que compartir, vamos, que hay tantas cosas malas que si nos pusiésemos a pensar en todas sería cosa mala.
El caso es que algunos de nosotros, por no decir todos tenemos algunas de dichas cosas malas como hábitos, lo que gustamos llamar malas costumbres. Yo, para variar, en cuanto a malas prácticas se refiere, esta vez tampoco seré una excepción. Obviamente no tengo sólo una mala costumbre sino un carro de ellas, de hecho más que un carro haría falta un trasatlántico para que todas ellas encontrasen sitio una a la vera de otra, pero hoy en especial me quiero referir a una de ellas en concreto, esta es, no importa las condiciones atmosféricas, ni la alineación de los astros, ni en que se haya centrado la crónica rosa esa semana/mes/año, cuando se reparten leches el número que reparto es menor o igual al número que recibo, podemos tomarlo como tautología (palabro con el cual no sé porque el diccionario no me avala, pero se me instruyó como que matemáticamente significaba "vedad absoluta"). Y, joder, de las malas costumbres, creedme, esta es de las peores a excepción hecha de los que se dedican a deglutir bombillas, espadas, bolas de billar u otros objetos poco digestivos.
El caso es que en mi vida he tenido pocos conflictos terminados en golpes (a Dios gracias), supongo que para algunos serán muchos, pero a mis 28 años no llegarán a dos al lustro (y no empecé a los 10), y de hecho, más de la mitad de ellos sin duda han sido con el mismo elemento subversivo y pequeño cuyo último altercado data de comienzos 2005 así que creo que podemos calificarme como una persona poco “batalladora”. Mi problema siempre han sido los mentalmente más débiles y mi legua larga; soy muy dado a rajar a la muchedumbre, supongo que es una costumbre que me viene de lo que yo denomino “El lustro del puñal” comprendido entre 1997 y 2002 aproximadamente, una época gloriosa y épica en la que todo mi contubernio tenía como hobby beber la sangre de sus tocayos tras apuñalarlos por la espalda; poco a poco los años fueron pasando factura a las mentes y las hicieron madurar y con ello se perdió tan loable y noble costumbre. Yo, como dije en algún post anterior, jamás maduré…
Grandes amistades fueron forjadas en la fragua del puñal en los albores del tiempo, aquellos que aguantaban en pie más de tres asaltos, aunque tambaleándose eran invitados a cruzar el círculo y unirse a los elegidos para ilustrarse con sus infinitos conocimientos; aquellos que presentaban liza bravamente e intentaban vencer a los invencibles eran juzgados más que dignos y se compartía con ellos la ambrosia de la victoria.
Ahora ya la sangre descansa seca en docenas de filos que a fuerza de no morder carne van perdiendo el sanguinolento lustre lucido otrora, sólo unos redaños quedan de la élite que se templó en las tibias aguas del sarcasmo, uno de ellos soy yo. Así pues, como había dicho el problema son los mentalmente débiles, pues los que están a la altura siempre guardan respuestas ingeniosas, algunos contraatacan y recibes de tu propia medicina, otras veces hay que dejarlo en empate técnico; otros, mentalmente más duchos o simplemente desinteresados en las bravatas dialécticas se toman la libertad de ignorar las ácidas palabras y por último quedan los mentalmente débiles, la gran mayoría de ellos son cobardes, débiles de mente y corazón, algunos son sólo de mente…
Los bravos, carentes de neuronas suficientes para presentar una batalla que saben perdida se lanzan a un ataque físico, eh ahí mi problema, puesto que yo nunca busco eso, nunca espero eso y dado que sino vacilas con una mano en el bolsillo al menos nunca vacilas bastante se me presenta un problemilla. En cuanto al combate, jamás fui muy hábil, mi terreno es otro, y aunque nunca lo comienzo tampoco lo rehuyo, pero quien da primero da dos veces o tres o cuatro… o una y corre, que es lo más habitual en mi caso al menos. Así que al final, les dé o no les dé siempre acabo cobrando yo más (veces, quizá no Newtons, pero sí veces) por poco violento, y es que el mundo nunca fue para los pacíficos.
Lamentablemente me temo que esto nunca cambiará ya que no soy propenso, casi diría incapaz de levantar la mano contra alguien que no me la haya levantado previamente al tiempo que no soy capaz de enfundar la daga afilada de mi lengua.
Una mala costumbre.
Nos vemos en el próximo combate.

El mundo laboral

El mundo laboral, un mundo que, según voy descubriendo, es muy acorde con los designios de un niño, cuando el niño no tiene una pelota con que jugar quiere la pelota que tiene su hermano, sin embargo una vez la consigue existen dos posibilidades o se cansa de la pelota dejándola tirada y busca un coche teledirigido o una vagina de silicona de diseño japonés o se cansa de la pelota igualmente y se va a mamar de la teta del estado (por seguir con la analogía); luego el niño crecerá y mamará o lo intentará de la teta de la que le dejen, pero eso es otra historia.


Lo cierto es que en mi caso concreto, aunque nunca me gustaron las vaginas de silicona de diseño japonés, creo que jamás llegó el día en que dejé de ser niño, o eso o ya pasó el día en que me entró el Alzheimer y no recuerdo el primero de los días mentados. En cualquier caso, aún niño o ya senil sigo comportándome como un niño, un niño con bastante mal hostia, pero niño al fin y al cabo.

El caso es que recuerdo “gratamente” cuando se acercaba la temida época de exámenes, que ríete tú de Sauron, el profesor “Teoría de autómatas y lenguajes formales” eso sí era el señor oscuro. Bueno, lo dicho, que aún recuerdo cuando, ingenuo de mi, pensaba “Sííí, ya estoy acabando la carrera, en breve ya me dejo de mierdas de exámenes y me pongo a currar y a ganar pasta de verdad…”, y es que los jóvenes son así, imbéciles, como los adultos más o menos, quizá menos incluso.

Que infeliz, deseando salir de una vida en la que no cumplir esporádicamente con tus tareas no suponía nada, la vida del suelo mágico en que arrojas la ropa y se lava sola o donde las neveras están llenas. Aunque bueno, en mi caso concreto la nevera de casa de mi madre estaba llena de moho, a día de hoy he cambiado el moho por cerveza, que es menos alimenticia pero huele mejor y si bebes mucha te olvidas de que en la nevera no hay nada que comer.

Ahora trabajo como un perro de un esclavo negro montador de pirámides, los látigos son de una cola por que a las otras seis las tienen trabajando también. Y del sueldo que decir… si me pagasen menos me cobrarían por venir. Así que añoro al amante infiel que era el susodicho señor oscuro y sus legiones de criaturas de la noche que nos instruían en el noble arte de la computación numérica, las matemáticas discretas y otra multitud de inservibles asignaturas.

Lo cual me hace suponer que si por algún motivo, como un milagro, volviese a estudiar (sin seguir trabajando), entonces echaría de menos poder pagar una casa, salir a cenar y la cerveza que había sido de nuevo sustituida por el moho. Entonces querría trabajar, así que es un círculo del que no se puede escapar más que con una bonoloto, euromillón o similar, teniendo en cuenta mi ratio de juego también va a estar complicado. Estoy pensando planteármelo como una inversión a largo, largísimo plazo, es como un fondo de pensiones, al fin y al cabo no llegaré a cobrar ninguno de los dos, para mi desgracia el euromillón no desgrava.

Finiquito el post comentando que, sucediere cuando sucediese mi cambio de trabajo, que no tardará, el mes que viene abandono el antro decadente donde me alojo con gran dolor para mi corazón y para la mancha de la bañera, que aunque empezamos con mal pie acabamos siendo buenos amigos, probablemente es el compañero de piso más normal que tengo. Mudome a escasos metros de mí actual residencia (por llamarla de alguna forma) a un piso seminuevo de alquiler, pero sólo para Mari y para mí.

Saludos cordiales.

Una lágrima negra por y para un vestido blanco.

La tarde no había cerrado su luz, de hecho, el sol golpeaba aún fuertemente el traje azul oscuro que me habían prestado, no sé cuantas veces di gracias por haber olvidado hasta el instante postrero a partir, que en mi casa no tenía corbatas. El calor resultaba asfixiante, y por alguna ininteligible razón los nervios me atenazaban las entrañas, lo cual hacía más marcada si cabe la sensación de transpiración, vamos que sudaba más que Hittler cuando fue a que le hicieran la circuncisión.

Apuré el último sorbo de cerveza hasta el instante que rompería la barrera de la puntualidad y raudo partí hacia el colofón de una tarde en la que no se debía hablar de nadie que no fuese ella. Dicho colofón de tarde y, al tiempo, de años informes aglutinados en felices e infelices recuerdos, se perfilaba en forma de turba de desconocidos sota la umbría puerta de la parroquia del barrio.

-Desconocidos, desconocidos a raudales. Urgh, que asco.-me dije soliviantado.

Haciendo de tripas corazón avancé a paso firme, agucé la vista y traté de reconocer alguna cara oteando el mar de cabezas, algunas conocidas, otras no, de los males el menor. Dispuseme a la realización de los saludos protocolarios y no tan protocolarios. Devenían los citados acontecimientos cuando por primera vez, y no por última, transgredí las normas y pasé a ser mi propio centro de atención en una tarde en que como he dicho, sólo debía serlo ella. Allí estaba él, Toni, un tío majo, pero poco conocido para mi, al fin y al cabo, él simplemente había sido el novio de Carla, largos años, pero que pese a ser largos cada vez transcurren más fugaces. Se me acercó, como a todos, y me saludó con un efusivo abrazo, como a todos. Había traspasado mi burbuja personal, cosa que siempre me ha hastiado sobremanera, salvo en contadas excepciones, sin embargo, aquello fue harto curioso, en lugar de contrariarme me embebió bajo un sentimiento de fraternidad y turbación muy impropio de mí, y no sólo hacia él, sino hacia el universo diáfano. De algún modo que se escapaba a mi entendimiento. Como volutas de humo entre los dedos, comenzaba a desaparecer de pronto cualquier aprensión a los desconocidos y a la liturgia en si misma, aquel fue su don, sorprendente, altruista y ciertamente muy agradecido por mi y por quienes deban aguantar mis desvaríos en un futuro, tuve otra visión del perecedero mundo. Tras esto su imagen quedó borrada ya hasta mucho más adelante, cuando resurgiera entre las brumas etílicas que iban a bañar la noche.

Todo lo demás continuó como estaba escrito, los invitados se situaron convenientemente a sus dispares designios. Nosotros cubrimos la retaguardia, en pos de una cobarde huída si las eclesiásticas circunstancias lo requerían (quien huye hoy vive para luchar mañana). Pero el párroco haciendo gala de la compasión que gustan atribuirse fue comedido, breve y conciso, salvándonos de morir una vez tras otra en un infierno ganado por escapar de allí, pero eso es otra historia.

Breves instantes se me antojaron, y digo se me antojaron porque el tiempo se dilataba y contraía como una pelota anti-estrés en las manos del santo Job, hasta que apareció. Iba envuelta en un jirón de nube, seguramente una nube salida del infierno, ya que me extrañaría mucho que a las del cielo les dejen destilar tal sensualidad. Nívea y deslumbrante, hacía su derredor adusto y lóbrego, una cascada azabache se desmoronaba sobre sus hombros, y eso, que ni tan sólo era azabache. La bola anti-estrés debía estar en expansión, a juzgar por la exhalación de tiempo que transcurrió desde que se dibujó en la puerta hasta que alcanzó el púlpito seguida, a mis ojos, de una pertinaz y profusa consecución de oníricas imágenes.

Otra vez fui débil, y de nuevo me centré en mí, supongo que es humano al fin y al cabo. La vi, allá arriba, en la distancia, la que otrora fue la almohada a la que le lloraba mis penas, esa almohada en la que asientas tus inquisiciones, y sobretodo, esa almohada en la que simplemente apoyas tu cabeza por que es el lugar donde encuentras la paz que se te niega por doquier. La persona que me hizo entender que era cierta una de las frases más bellas que había oído y que pese a todo no comprendí hasta que ella me abrió los ojos “La verdadera amistad llega entre dos personas cuando te das cuenta de que el silencio ha dejado de ser incomodo” (o algo así). La vi, allá arriba, en la distancia, convirtiéndose en una almohada nueva, sí, una de látex, mejorándose a si misma, recorriendo su pirámide de Maslow, y aunque mis poco proclives ojos contuvieron la lágrima, una cortina de agua los nubló durante lo que se me antojó, esta vez, una eternidad.

A la salida de la iglesia me sentía ebrio de algo difuso, algo que no sabría explicar con palabras, quizá fuese la felicidad ajena lo que ensalzaba la mía. Ajena, curiosa palabra a la que sólo con su mínima mención me trae a la mente la palabra vergüenza. Las cosas cambian, o no. Ciertamente me sentía como si hubiese sido yo el que acabase de pasar por la vicaría (suponiendo que me agradase tal hito en mi vida), únicamente sé que la alegría y el amor me desbordaban, sí, a mí, jódete. En ese momento, el rencor y la venganza, el honor y la justicia, me parecieron entes efímeros, carentes de importancia e incluso de interés, sí, a mí, jódete. Y por un segundo, tomé de nuevo las riendas de mi mente, y dejándola de lado a ella, acaudalé en mi haber unos segundos para tomar nota de que cuando todo lo que rodea, a diestro y siniestro es felicidad, esos conceptos no son necesarios y que realmente se podría construir un mundo así, libre de ellos (lamentablemente para eso habría que destruir a toda la escoria, ¡¡DESTRUCCIÓN!!).

Nos acercamos al radiante súcubo surgido de las nieves del averno, y con dos besos que me erizaron la piel y un cúmulo caótico de sentimientos yuxtapuestos que no acertaría a pintar con las escasas letras del teclado, la dejamos que prosiguiese con sus quehaceres en tan señalado día.

A Dios y al cura; gracias, por la somera ceremonia que tuvo a bien dejarnos algo de tiempo para apaciguar nuestros ánimos, alejarnos del hervidero de gente y tomar un frugal refrigerio en la adyacente “taberna”. Allí nos reunimos “la familia”, retirados de los brillantes destellos de la magna señora y de todo el sequito que le cogía el rebufo. La verdad, no habría aguantado más aquel torrente de nuevas sensaciones sin siquiera un descanso.

La noche se precipitó inexorable, pero fue mucho más llevadera, supongo que las sensaciones ya se habían diluido un poco, en cerveza y vino supongo también. El lugar era francamente hermoso, el servicio exquisitamente atento y el menú sobrio y de buen gusto, la gente… los desconocidos que compartían… invadían nuestra mesa, gratamente cordiales y la música de después menos deleznable de lo habitual en este tipo de eventos. Vamos, que como diría nuestro loado premio Novel de literatura, estuvo de puta madre.

Los novios estaban radiantes de felicidad, la primera vez que me acerqué a la mesa nupcial, indumentarias aparte, me recordaron a dos pimpines a los que les había tocado el gordo de navidad, esas sonrisas de oreja a oreja y puestos de endorfinas hasta las cejas. No pude por menos que reprimir la incipiente carcajada que me sobrevino cuando imaginé al novio respondiendo a la típica pregunta:

-¿Y que hará usted con el premio?
-Nah, tapar unos agujeros…

De ahí hasta que el novio terminó en gallumbos en la piscina con algunos de sus enfervorecidos camaradas todo transcurrió vertiginosamente, de cubata en cubata de whisky, sólo deteniendo este ritmo para unas pequeñas pausas que ofreciesen al hígado algo de paz… y tequila.

Sólo lamentar el “poco” tiempo que pudo dedicarnos la agasajada novia, muy inmersa, como debía ser, en cuanto la rodeaba. Y que pese a eso nos prestó más del que unos insulsos y anodinos mortales como nosotros merecíamos.

¡¡Muchísimas felicidades, niña!!. ¡¡Te queremos!!, pero yo más… bueno, quizá Toni más, pero luego yo… bueno, quizá tus padres más, pero luego yo… bueno, no sé, que te quiero muchísimo, cuídate.

Knolls y Cobols

Estoy últimamente descubriendo el maravilloso, apasionante y prehistórico mundo del Cobol. Para los poco duchos (como yo, que no tengo agua caliente en casa y me ducho poco) explicaré que es un lenguaje de programación del año de la polca, que probablemente inventaron los egipcios o los romanos, cuyas palabras reservadas deber provenir del arameo clásico o el esperanto, vamos, que está más pasado que Maradona en la fiesta de cumpleaños de Ronaldo. Este lenguaje sigue en uso, para desgracia de muchos debido a que los bancos, otrora prósperos, desarrollaron el software de sus superordenadores en este lenguaje, pero se ve que con el paso del tiempo lo pobres se dejaron el dinero en algo y ahora su presupuesto no alcanza para renovarse con los lenguajes de última generación. Así pues, a golpe de látigo, contratan a ingenuos programadores, que en pos de un futuro digno, inconscientes se lanzan al aprendizaje del rúnico lenguaje ya mentado, sabiendo que lo único que se espera de ellos es que parcheen bases de datos de tamaño innominable. Deberían haber elegido muerte.
Así pues aquí me encuentro, ante un monitor que si fuese monocromo aún le sobrarían colores, con un sistema de depuración de software que funciona peor que el de depuración de agua en Valencia, rodeado de ingenuos como yo y de unos profesores, que si bien son buena gente, de métodos didácticos saben tanto como de la reproducción del berberecho autóctono madrileño. Vengo todos los días a Castellón, lugar perdido de la mano de Dios, que hasta los locales se van a Benicasim a veranear, y eso que está a 2 km, imaginad el ambientazo que hay aquí. No piso Valencia de día, el sol sin una ventana por en medio es una utopía, mis días están reducidos a 4 horas más las que quiera robarle a mis 8 horas de sueño, esto suelen ser habitualmente un par o tres así que mis periodos de descanso propiamente dicho se reducen al fin de semana y eso que tengo que fichar en el Magik.
Bueno, la próxima os contaré los secretos de la diálisis peritoneal que he aprendido recientemente y cosas diversas de mi ex-empresa. A este ritmo de publicación sucederá en un mes y medio. Os sea más leve y moderno que a mi, saludos del tío Yyr.