Una lágrima negra por y para un vestido blanco.

La tarde no había cerrado su luz, de hecho, el sol golpeaba aún fuertemente el traje azul oscuro que me habían prestado, no sé cuantas veces di gracias por haber olvidado hasta el instante postrero a partir, que en mi casa no tenía corbatas. El calor resultaba asfixiante, y por alguna ininteligible razón los nervios me atenazaban las entrañas, lo cual hacía más marcada si cabe la sensación de transpiración, vamos que sudaba más que Hittler cuando fue a que le hicieran la circuncisión.

Apuré el último sorbo de cerveza hasta el instante que rompería la barrera de la puntualidad y raudo partí hacia el colofón de una tarde en la que no se debía hablar de nadie que no fuese ella. Dicho colofón de tarde y, al tiempo, de años informes aglutinados en felices e infelices recuerdos, se perfilaba en forma de turba de desconocidos sota la umbría puerta de la parroquia del barrio.

-Desconocidos, desconocidos a raudales. Urgh, que asco.-me dije soliviantado.

Haciendo de tripas corazón avancé a paso firme, agucé la vista y traté de reconocer alguna cara oteando el mar de cabezas, algunas conocidas, otras no, de los males el menor. Dispuseme a la realización de los saludos protocolarios y no tan protocolarios. Devenían los citados acontecimientos cuando por primera vez, y no por última, transgredí las normas y pasé a ser mi propio centro de atención en una tarde en que como he dicho, sólo debía serlo ella. Allí estaba él, Toni, un tío majo, pero poco conocido para mi, al fin y al cabo, él simplemente había sido el novio de Carla, largos años, pero que pese a ser largos cada vez transcurren más fugaces. Se me acercó, como a todos, y me saludó con un efusivo abrazo, como a todos. Había traspasado mi burbuja personal, cosa que siempre me ha hastiado sobremanera, salvo en contadas excepciones, sin embargo, aquello fue harto curioso, en lugar de contrariarme me embebió bajo un sentimiento de fraternidad y turbación muy impropio de mí, y no sólo hacia él, sino hacia el universo diáfano. De algún modo que se escapaba a mi entendimiento. Como volutas de humo entre los dedos, comenzaba a desaparecer de pronto cualquier aprensión a los desconocidos y a la liturgia en si misma, aquel fue su don, sorprendente, altruista y ciertamente muy agradecido por mi y por quienes deban aguantar mis desvaríos en un futuro, tuve otra visión del perecedero mundo. Tras esto su imagen quedó borrada ya hasta mucho más adelante, cuando resurgiera entre las brumas etílicas que iban a bañar la noche.

Todo lo demás continuó como estaba escrito, los invitados se situaron convenientemente a sus dispares designios. Nosotros cubrimos la retaguardia, en pos de una cobarde huída si las eclesiásticas circunstancias lo requerían (quien huye hoy vive para luchar mañana). Pero el párroco haciendo gala de la compasión que gustan atribuirse fue comedido, breve y conciso, salvándonos de morir una vez tras otra en un infierno ganado por escapar de allí, pero eso es otra historia.

Breves instantes se me antojaron, y digo se me antojaron porque el tiempo se dilataba y contraía como una pelota anti-estrés en las manos del santo Job, hasta que apareció. Iba envuelta en un jirón de nube, seguramente una nube salida del infierno, ya que me extrañaría mucho que a las del cielo les dejen destilar tal sensualidad. Nívea y deslumbrante, hacía su derredor adusto y lóbrego, una cascada azabache se desmoronaba sobre sus hombros, y eso, que ni tan sólo era azabache. La bola anti-estrés debía estar en expansión, a juzgar por la exhalación de tiempo que transcurrió desde que se dibujó en la puerta hasta que alcanzó el púlpito seguida, a mis ojos, de una pertinaz y profusa consecución de oníricas imágenes.

Otra vez fui débil, y de nuevo me centré en mí, supongo que es humano al fin y al cabo. La vi, allá arriba, en la distancia, la que otrora fue la almohada a la que le lloraba mis penas, esa almohada en la que asientas tus inquisiciones, y sobretodo, esa almohada en la que simplemente apoyas tu cabeza por que es el lugar donde encuentras la paz que se te niega por doquier. La persona que me hizo entender que era cierta una de las frases más bellas que había oído y que pese a todo no comprendí hasta que ella me abrió los ojos “La verdadera amistad llega entre dos personas cuando te das cuenta de que el silencio ha dejado de ser incomodo” (o algo así). La vi, allá arriba, en la distancia, convirtiéndose en una almohada nueva, sí, una de látex, mejorándose a si misma, recorriendo su pirámide de Maslow, y aunque mis poco proclives ojos contuvieron la lágrima, una cortina de agua los nubló durante lo que se me antojó, esta vez, una eternidad.

A la salida de la iglesia me sentía ebrio de algo difuso, algo que no sabría explicar con palabras, quizá fuese la felicidad ajena lo que ensalzaba la mía. Ajena, curiosa palabra a la que sólo con su mínima mención me trae a la mente la palabra vergüenza. Las cosas cambian, o no. Ciertamente me sentía como si hubiese sido yo el que acabase de pasar por la vicaría (suponiendo que me agradase tal hito en mi vida), únicamente sé que la alegría y el amor me desbordaban, sí, a mí, jódete. En ese momento, el rencor y la venganza, el honor y la justicia, me parecieron entes efímeros, carentes de importancia e incluso de interés, sí, a mí, jódete. Y por un segundo, tomé de nuevo las riendas de mi mente, y dejándola de lado a ella, acaudalé en mi haber unos segundos para tomar nota de que cuando todo lo que rodea, a diestro y siniestro es felicidad, esos conceptos no son necesarios y que realmente se podría construir un mundo así, libre de ellos (lamentablemente para eso habría que destruir a toda la escoria, ¡¡DESTRUCCIÓN!!).

Nos acercamos al radiante súcubo surgido de las nieves del averno, y con dos besos que me erizaron la piel y un cúmulo caótico de sentimientos yuxtapuestos que no acertaría a pintar con las escasas letras del teclado, la dejamos que prosiguiese con sus quehaceres en tan señalado día.

A Dios y al cura; gracias, por la somera ceremonia que tuvo a bien dejarnos algo de tiempo para apaciguar nuestros ánimos, alejarnos del hervidero de gente y tomar un frugal refrigerio en la adyacente “taberna”. Allí nos reunimos “la familia”, retirados de los brillantes destellos de la magna señora y de todo el sequito que le cogía el rebufo. La verdad, no habría aguantado más aquel torrente de nuevas sensaciones sin siquiera un descanso.

La noche se precipitó inexorable, pero fue mucho más llevadera, supongo que las sensaciones ya se habían diluido un poco, en cerveza y vino supongo también. El lugar era francamente hermoso, el servicio exquisitamente atento y el menú sobrio y de buen gusto, la gente… los desconocidos que compartían… invadían nuestra mesa, gratamente cordiales y la música de después menos deleznable de lo habitual en este tipo de eventos. Vamos, que como diría nuestro loado premio Novel de literatura, estuvo de puta madre.

Los novios estaban radiantes de felicidad, la primera vez que me acerqué a la mesa nupcial, indumentarias aparte, me recordaron a dos pimpines a los que les había tocado el gordo de navidad, esas sonrisas de oreja a oreja y puestos de endorfinas hasta las cejas. No pude por menos que reprimir la incipiente carcajada que me sobrevino cuando imaginé al novio respondiendo a la típica pregunta:

-¿Y que hará usted con el premio?
-Nah, tapar unos agujeros…

De ahí hasta que el novio terminó en gallumbos en la piscina con algunos de sus enfervorecidos camaradas todo transcurrió vertiginosamente, de cubata en cubata de whisky, sólo deteniendo este ritmo para unas pequeñas pausas que ofreciesen al hígado algo de paz… y tequila.

Sólo lamentar el “poco” tiempo que pudo dedicarnos la agasajada novia, muy inmersa, como debía ser, en cuanto la rodeaba. Y que pese a eso nos prestó más del que unos insulsos y anodinos mortales como nosotros merecíamos.

¡¡Muchísimas felicidades, niña!!. ¡¡Te queremos!!, pero yo más… bueno, quizá Toni más, pero luego yo… bueno, quizá tus padres más, pero luego yo… bueno, no sé, que te quiero muchísimo, cuídate.

2 comentarios:

Miriam dijo...

probando probandooo

Yyrkoon dijo...

¿?