Little chineses of the luck Skywalker

Hola, hola. Estoy vivo aunque no lo parezca. Me presento hoy ante ustedes para contarles una divertida historia que no es ni divertida ni historia. Resulta que andaba yo un día, muy atareado en regias tareas como es revisar el caralibro cuando de pronto me topé con un recién nacido fanzine friki que demandaba ayuda para fabricar su número dos. Al principio supuse que mi literatura bohemia no tenía cabida en las páginas de un zafio fanzine de humor y que la seriedad y saber estar que me caracterizan, como sabéis todos los que me habéis seguido alguna vez, no debían ser mancilladas con tales actos. Sin embargo, en uno de mis arrebatos de sobriedad (que son pocos puesto que siempre ando ebrio), me di cuenta de que yo no era quien para privar al mundo del don que me ha regalado y que de un modo u otro debía devolverlo. Así pues adopté una exigua sección llamada “Un viaje en el Delorean” que consiste en un pequeño recuerdo vendido en dulces gajos… ¿mensuales? En esta mi primera colaboración el tema fue “los chinitos de la suerte” y a continuación adjunto el texto que en buena lid he de mandar al capo del tema este raro. Cuando el número sea publicado añadiré el link aquí. Espero que os guste… más que nada porque si no, no me dejarán jugar más con ellos. Vamos al tema, pues el texto a continuación es el que ha de ser mandado:





Una sombra se alzaba en el este. Confinado en su torre oscura en la Moncloa Felipe lo veía todo, su mirada atravesaba nubes, sombras, tierra y carne. Corrían tiempos oscuros, eran los 80, los perro flauta se llamaban hippies y estaban bien vistos, Rita Barberá aún no había salido del pedazo armario que hacía falta para guardarla dentro (a ella y a sus seiscientas botellas de vodka) y, cuenta la leyenda, existían condiciones laborales semi-humanas para los machacas. A falta de internet y cualquier otro medio de masturbación virtual la gente se divertía como podía. Formaban sindicatos, jugaban a las cartas en los bares e incluso, válgame Iniesta, pasaban ratos en familia. Había cromos, chapas, canicas, Fraga, Alfonso Guerra y otra gran multitud de objetos inservibles y carentes de valor alguno. Entre dichos objetos que marcaban tendencia y/o paquete, estaban los chinitos de la suerte. Oh, chinitos de la suerte, hermosos entes celestiales, heraldos de la fortuna, adalides de la superstición, mermelada de las tostadas, polla en vinagre.




Los chinitos de la suerte consistían en una suerte, valga la redundancia, de testículos de madera en miniatura, mal proporcionados, pintados con colorines y sólo con pelillos en la cabeza y en el culo, cosa normal por otro lado (lo de los pelillos). Se oye comentar que surgieron de la Super Pop, que por cercanía física estaba muy relacionada con ellos ya que, si los chinitos de la suerte eran los testículos, la Super Pop era la mierda que, cual Tarzán, se balancea de los pelillos del ojete. Susodichos chinos principalmente se tallaban con la madera de los palillos de dientes usados de China, pero la exacerbada demanda española y los furtivos trozos de carne que se colaban de vez en cuando en la estructura hicieron a nuestros hepáticos amigos replantearse la manufactura de los pequeños testículos mutantes. Fue entonces cuando empezaron a desaparecer las virginales imágenes de madera de las procesiones; al mismo tiempo nació el concepto “reciclaje”, pero eso no viene a colación. Fue este y no ningún otro hecho el propició que se le atribuyesen a los chinitos poderes sobrenaturales. Dependiendo de la virgen de la que hubiesen sido tallados se les pintaba de un color o de otro, y por tanto regalaban tipos de suerte diversa a su portador. Se introdujo también un pequeño mensaje subliminar en los colores, así pues la relación color-suerte se detalla a continuación.



El rojo para el amor. Significa que en aquellos tiempos post dictatoriales, los comunistas eran gente bien avenida con el gran público y en su gran mayoría bien parecidos (entre ellos). Así que todos amaban a los rojos. Rojo, amor.




El amarillo para el dinero. Metáfora inducida por el hecho de que los chinos estaban forrándose vendiéndonos palillos usados y vírgenes robadas. Chino amarillo, dinero.


El negro para el sexo. Si necesitas que te explique la relación entre negro y sexo es que no tienes edad para que te la explique. Negro, trancón… digo, negro, sexo.



El rosa para la amistad. Obviamente los tíos sólo pensamos en follar así que las que quieren amistad son ellas (no todas) y el rosa siempre fue dominio de las mujeres. Esta debe ser la razón por la que las góticas no compraban chinitos de la suerte… bueno, compraban el negro, vete tú a saber para que “pollas” querían el negro. Ventajas de ir de gótica supongo. Aprovecho la coyuntura para mandar un cálido saludo a todas las góticas…. ¡Ay, que ricas!


El azul para los estudios. Este venía dado por el color de la cara de todos los que se ahorcaban en época de exámenes. En realidad no venía de ahí, pero no se me ha ocurrido ninguna otra estupidez mejor, y mira que voy sobrado de estupideces…


El blanco para la salud. Obviamente se les habían acabado los colores, pero querían seguir sacando pasta. Blanco, ¡¡Madrid!! (a todos los que se les haya levantado por instinto el brazo derecho pueden bajarlo ya).


Tras los hechos mentados, los chinitos de la suerte se expandieron por España cual mentiras en el programa del PP. No existía persona, animal o pijo que no tuviese un par de docenas de ellos. Adornaban coletas, muñecas, llaveros, cremalleras y pezones enhiestos varios. El populacho se sentía feliz, extasiado, repleto de suerte. Los chinos lo sabían. Viendo el éxito sin precedentes, sólo ensombrecido por el éxito de alguna canción de Georgie Dann, los chinos decidieron que era el momento oportuno de invadir occidente. Donde estaba nuestro bar de toda la vida, de pronto, ¡PLUF! un restaurante chino. Donde estaba nuestro “Todo a 100”, de pronto, ¡PATAPAM! un bazar chino. Donde había una tienda de ropa, ¡SKROCH!, otro bazar chino. Donde la chica guapa de la universidad tenía el ojete, ¡TRACATRA! unas bolas chinas. Y voy a dejarlo ya que esto parece un capítulo de Batman de Adam West.


Os contaría encantado como esos chinitos crecieron, se reprodujeron, murieron y fueron servidos en restaurantes varios de sus propios familiares como ternera con ajos tiernos, pero lamentablemente me he quedado sin espacio, así que me despido de vosotros hasta el número que viene.



Hepáticos saludos,




Tío Yyrkoon.

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